¿Por qué esperar a que los niños se porten mal para explicarles cómo hacerlo bien? ¿Por qué dejarlos cometer errores para después reprochar lo que hicieron? Además de llevar más tiempo, eleva la tensión en el hogar, y nos focalizamos en el error.
“Resulta más efectivo tanto para padres como para hijos invertir tiempo en enseñar los comportamientos adecuados que perderlo recalcando mil veces los inadecuados”.
Por lo tanto, se recomienda reforzar los comportamientos positivos que queremos que se repitan, evitando focalizarnos en los que no desearíamos que ocurrieran.
Cuando un cerebro es recompensado, segrega una sustancia que se llama dopamina. La dopamina le permite al cerebro de nuestro hijo que asocie una conducta que realizó con la sensación de satisfacción. Entonces se crea un aprendizaje, una conexión muy fuerte entre esas vías neuronales.
Por ejemplo: si le pedimos a nuestros hijos que se vayan a bañar (acercándonos a ellos, mirándolos a la cara, con un tono amable) y ellos acceden a la primera vez, entonces cuando vamos al baño, llenamos la bañera de espuma (o realizamos algo que les guste). Es decir, a una conducta que queremos que se repita (ir a bañarse) le sigue una recompensa que se asocia con satisfacción, y la dopamina genera ese aprendizaje “Cuando cumplo con mi deber, me siento bien”
Esto no es lo mismo que decir “Si se van a bañar les dejo llenar la bañera de espuma”, porque en ese caso la espuma funciona como un premio. Y el aprendizaje sería “Cuando hay recompensa, cumplo con mi deber”.
“La recompensa no debe ser el motor del niño, sino la consecuencia agradable que ayude a que las conductas positivas se repitan y se motiven espontáneamente”.
Lo ideal es recompensar de manera proporcionada, o sea, acorde al esfuerzo que hace. Si le pedimos a nuestro hijo que apague el televisor y lo hace, no le compramos un juguete. Podríamos por ejemplo patear 3 o 4 penales, jugar a las cosquillas, o algo que elija, y después seguimos con lo que estaba planeado.
También es importante que la recompensa esté en sintonía con la conducta. Por ejemplo poner la mesa y darle la responsabilidad de preparar el jugo.
A pesar de lo que se suele creer, las recompensas materiales son mucho menos efectivas que las sociales o emocionales. El cerebro asocia mejor grupos de neuronas próximos, o sea asocia más una conducta socialmente adecuada con una actividad social que con un objeto. La comida (caramelos, helados, postres…) no son recompensas recomendables.
Es fundamental reforzar de manera inmediata y siempre que veamos un progreso, un cambio, y no sólo esperar hasta que la conducta sea completamente adecuada.
Pero cuidado! Podemos caer en algunos malos hábitos que traemos históricamente, y que se convierten en trampas. Son recompensas que decimos y que pueden ser contraproducentes, porque dejan ver insatisfacción, expresan rencor u obligación.
Frases como: “Lo hiciste muy bien, pero podés hacerlo mejor”, “Muy bien, te vestiste solo. No como otros días”, “Lo hiciste muy bien, espero que sigas siempre así”.
El cerebro asocia “cuando me esfuerzo a portarme bien, me siento frustrado”, porque nunca alcanza. La próxima, seguro no se van a esforzar.
Para recompensar podemos simplemente pasar un ratito juntos, dar una responsabilidad, dar un mini-privilegio, agradecer, felicitar: “Lo hiciste genial”, “Te vestiste super bien. Te felicito”.